¡Hola! Soy Anna, tengo 47 años y soy muchas cosas a la vez: científica de formación, profesora de yoga, mamá, emprendedora y apasionada por el bienestar.
Este proyecto nace del deseo de compartir mi camino y mi transformación,
lenta pero constante, durante los últimos años.
Desde pequeña he sentido una atracción por lo lógico y lo humano, lo racional y lo filosófico. Aunque estudié Física y un Máster en Informática, siempre me fascinó el misterio de la vida y las emociones. A los 17 años, me fui a Inglaterra, inicialmente por un año, y acabé quedándome para estudiar allí. Más tarde, regresé a Barcelona y me embarqué en una carrera corporativa en multinacionales, donde aprendí muchísimo, viajé y crecí, pero algo faltaba. Cuanto más dinero ganaba, más lejos sentía que estaba de mi propósito vital... aunque ni siquiera sabía cuál era.
Fue en mi último trabajo en Zúrich donde toqué fondo. La desconexión con lo que hacía era tan grande que empecé a buscar refugio en el yoga. Cada tarde iba a clases, y aunque me ponía de los nervios durante el shavasana, poco a poco sentí que me ayudaba a conectar con algo más profundo. También asistí a mi primer retiro, en Grecia, que fue un punto de inflexión: supe que no podía seguir instalada en la queja.
Así que, sin plan definido pero con muchas ganas de cambio, dejé mi trabajo, mi vida cómoda y mis 8.000 euros al mes, y me fui a Tailandia. Allí viví meses mágicos: yoga diario, cursos de masaje, puestas de sol, comunidad y libertad absoluta. Aunque seguía sintiendo miedo por el futuro, también empezaba a vislumbrar otro camino.
De vuelta a casa, traté de construir un negocio de Yoga en Barcelona como profesora de yoga, pero la vida tenía otros planes.
A los 37 años regresé a mi pueblo natal y, desde cero, abrí mi propia escuela de yoga. Fueron años maravillosos, llenos de aprendizaje, conexión y gratitud. Durante ese tiempo, conocí a mi pareja, Francesc, y poco después llegó nuestra hija, Arlet.
Convertirme en madre a los 40 años lo cambió todo. Mis prioridades se reordenaron y, aunque el yoga seguía siendo importante, ya no lo era todo. Mis horarios no encajaban con mi nueva vida y, poco a poco, comencé a escuchar esa vocecita interior que me decía que algo no estaba en equilibrio.
MI SALTO A RINGANA
Hace unos años, cuando todavía tenía la escuela de yoga, llegó a mí la oportunidad de formar parte de Ringana. Al principio, no tenía claro si sería para mí: no sabía nada de cosmética, ni de ventas, ni me consideraba una persona excesivamente sociable. Pero lo que sí tenía claro era que necesitaba más flexibilidad y tiempo para mi hija, y esa motivación fue más grande que mis miedos.
Desde entonces, Ringana se ha convertido en el equilibrio perfecto entre libertad y estructura. Me siento respaldada por una organización ética y sostenible, y puedo trabajar a mi ritmo, mientras recomiendo productos que adoro y en los que creo profundamente.
Además, este proyecto me ha permitido trabajar mis propias creencias limitantes, crecer como persona y ayudar a otros a cuidar su salud, su bienestar y el planeta.
MIS PASIONES
El bienestar siempre ha sido un eje central en mi vida. Desde que descubrí el yoga, la meditación y la terapia, mi vida dio un giro. Empecé a responsabilizarme de mis heridas, a sanar y a construir una vida con más plenitud.
La alimentación también es una de mis grandes pasiones. He aprendido a nutrirme mejor a mí y a mi familia, disfrutando del proceso. Mi experiencia con el sobrepeso en la adolescencia y el hambre emocional me enseñó que el bienestar interno está profundamente ligado al externo.
Hoy me siento agradecida por el camino recorrido, por los aprendizajes y las oportunidades que he encontrado en el camino. Sigo creciendo, sigo aprendiendo y, sobre todo, sigo compartiendo.
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